De todos los secretos que se esconden en Dalt Vila, posiblemente esta sea una de las calles más desconocidas de la vieja ciudadela. Pocos conocen la existencia de una callejuela próxima a los muros del Palau Episcopal o Cal Bisbe, como popularmente se conoce al edificio que, desde 1782, fija la residencia del obispo de Ibiza y Formentera.
De la plaza de la catedral parte una calle que fácilmente puede pasar desapercibida pero que resulta uno de los rincones más cautivadores de la vieja ciudad de Ibiza. Su arranque es tan discreto que puede pasar fácilmente inadvertido, entre los muros del palacio episcopal y una pequeña terraza. No encontraríamos un nombre más adecuado: carrer de la Soletat (calle de la Soledad).

Son muchos los ibicencos que jamás han paseado por esta calle, a pesar de estar a pocos pasos de la catedral de Ibiza. Algunos estudios afirman que antiguamente el fossar, o cementerio, de la ciudad estaba ubicado en esta calle.

La leyenda de la calle de la soledad
La calle es realmente estrecha y el suelo aún conserva un empedrado primitivo, que tras la lluvia se embarra con facilidad. Esta imagen de lugar casi de cuento es la que evoca leer una de las leyendas más aterradoras que podemos leer en el casi inencontrable Eivissa Màgica, obra de Carlos Garrido.
Se cuenta que en una de las casas de esta calle se encontraba era la morada de una bruja, protagonista de nuestra leyenda. Se explica que una mujer, desesperada por el abandono de su amante, acudió a pedir ayuda a la hechicera. La bruja, mirándola fijamente, le advirtió que si realmente deseaba recuperar a su amado, tendría que ser valerosa y presentarse en el callejón poco antes de la medianoche.

A las 12, se escucharon las campanadas de la catedral y una voz desgarradora rompió el silencio de la noche. Se supone que era la voz del demonio, con el que la mujer llegó a un pacto. Al día siguiente, el amado regresó.