Formentera es la isla más pequeña del archipiélago de las Pitiusas, la hermana menor de Ibiza. Desconocida aún por muchos, es la joya del Mediterráneo. Con una superficie de poco más de 80 km2 y una población fija de poco más de 10.000 habitantes, reproduce y contiene en tan poco espacio todos los tópicos paisajísticos del Mediterráneo imaginado:
Cuando uno llega a Formentera tiene la sensación de que se ha detenido el tiempo: carreteras estrechas, paisajes vírgenes… En Formentera no hay prisas, porque siempre estás cerca de tu destino. Es una isla tan pequeña que prácticamente desde todos los puntos de la isla puedes ver el mar.
Su costa es toda una caja de sorpresas. Algunas de las mejores playas del mundo están en la isla de Formentera, con un agua increíblemente azul y una arena blanca y brillante. Además, imponentes acantilados ponen el broche a una isla mágica.

¿Cómo llegar a Formentera?
Esta es la primera pregunta que hay que hacerse si deseas visitar esta fantástica isla. Formentera padece lo que se conoce como una ‘doble insularidad’. ¿Qué significa esto? Pues que a las dificultades de transporte que ocasiona ser una isla, se añade el hecho de que la única vía de entrada sea un ferry desde otra isla: Ibiza.
Te lo explicamos más claro: si quieres visitar Formentera has de pasar sí o sí por Ibiza. Formentera tiene unas dimensiones tan reducidas que no tiene aeropuerto. Deberás tomar un vuelo hasta Ibiza y, desde allí, coger el barco de línea regular que conecta los puertos de ambas islas. Afortunadamente, puedes comprar tus billetes de ferry aquí y conseguir un buen descuento utilizando el código promocional que ofrecen.

La otra forma de llegar a la isla es a través del alquiler de un barco privado. La comodidad es indiscutible y las posibilidades que nos ofrece son infinitas: podemos salir desde Ibiza, parar en s’Espalmador o dar la vuelta a Formentera. Si tu familia y tus amigos queréis pasar unos días inolvidables, no dudes en plantearte esta opción.
¿Por qué viajar a Formentera?
Formentera es la pequeña mimada de las Baleares, la más reducida y mejor conservada de sus islas habitadas. Te esperan paisajes costeros de serena belleza, la luz, el sol, aguas impolutas lamiendo mansamente largos o cortos arenales vírgenes, acantilados costeros bajo los cuales no es raro ver nadar a los delfines y donde crían las pardelas y los halcones, fondos submarinos de impagable nitidez, pinares y sabinares, islotes desolados, lagartijas, salinas, rústicos muelles para barcas de pescadores…

Formentera fue el paraíso que atrajo a una generación de hombres y mujeres deseosos de conocer otros mundos en éste, los hippies, tal vez para cambiarlo, o para cambiarse a sí mismos. Hoy es lugar de paso para cientos de miles de turistas al año y, sin embargo, su presencia, excepto quizá en los meses punta del verano turístico balear (julio y agosto), no altera el ritmo pausado de la vida en la isla, donde una cita para el atardecer puede significar horas de tranquila espera bajo un porche, viendo sin prisas nacer, una a una en el crepúsculo, las estrellas en el cielo nítido. Nuestro recorrido por Formentera – calculemos unos 35 km entre idas y venidas por la isla – pretende llegar hasta los más bellos rincones de su pequeña geografía.
La llegada a Formentera
Se llega a la isla en barco desde Eivissa (un barco-jet tarda 25 minutos; los ferries, casi una hora), y la primera imagen del puerto de La Savina es la de una recepción turística: pequeños muelles de carga y pasaje donde los ferries arriban y zarpan incesantemente, el club náutico con espléndidos yates y lanchas, la estación marítima, el edificio donde se aglomeran las agencias de alquiler de coches, de motos y bicicletas, la parada del autobús, la oficina de información.

El puerto ebulle con la llegada de cada ferry: los turistas recién llegados han de tomar sus decisiones, alquilar sus vehículos, contratar su taxi, pedir información, orientarse. Luego, como por un ensalmo, todo vuelve a la tranquilidad inicial. Hasta la llegada de otro ferry. Y los turistas desaparecen, se desparraman hacia los distintos puntos dignos de visita en la isla. Sin saberlo, comienzan un itinerario que nunca olvidarán.
En Formentera todo está cerca, y todo está a la vez lejos: los formenterenses se desplazan poco en la isla y fuera de ella; son sedentarios, conviven sin estorbarse, relacionándose discretamente.
Cala Saona
Es la primera playa que suele visitarse en Formentera, tal vez por su proximidad relativa a La Savina. Se llega tras unos 2,5 km, por una carretera señalizada hacia el sur desde Sant Francesc Xavier, la capital administrativa de la isla, con su sólida parroquia fortificada, del siglo XVIII, en la Plaza Mayor. Naturalmente, puede llegarse en bicicleta. Hay un carril bici en la carretera de La Savina hasta el pie de La Mola, y en las carreteras restantes en verdad hay poco tráfico, lo que es muy de agradecer por los aficionados al pedal.

Cala Saona es una bella playa de arena protegida por acantilados de baja altura, formados por rocas calizas, blancas, brillantes al sol. Brilla igual el agua transparente de la cala, de una nitidez proverbial en cualquier lugar de la isla. Agua clara y limpia sobre fondo de arena blanca y fina, la más fina, dicen. Un hotel y unos apartamentos, edificios bastante discretos, no rompen el encanto paisajístico. La playa cuenta con servicio de socorro, chiringuito, dos restaurantes, alquiler de velomares, hamacas y parasoles.
La cala es amplia, aunque no muy larga -150 m-, y muy acogedora. Es apreciada sobre todo por las familias con niños.
Cap de Barbaria y su faro
Se llega desde cala Saona (dista unos 7 km) cruzando tramos de pinar, campos de secano, algarrobos, almendros, higueras, esas higueras típicas de Formentera, con las ramas sostenidas por fuertes troncos – estalons como se conocen en Formentera – clavados en la tierra árida. Incluso habremos encontrado algún minúsculo cercado con vides.
Tras el bosque está el Pila del Reii, donde hasta los años treinta del siglo XX hubo un denso bosque de pinos y sabinas hoy desaparecido por culpa de la tala. Quedan, cercados recientemente y con letreros indicadores, restos arqueológicos megalíticos, de la Edad del Bronce.

El cap de Barbaria es tal vez el lugar más desértico de las Baleares: un promontorio pedregoso, sometido al sol y cubierto tan sólo por matojos dispersos de romeros de hojas más anchas de lo normal y algunos asfódelos. En el cabo se alza uno de los faros más espectaculares que verás en tu vida.
El paisaje sobre el acantilado no sobrecoge, admira: su dimensión, aunque imponente, es humana, como todo en Formentera. Las olas rompen al pie del acantilado que sobrevuelan las gaviotas. Desde el aire, Barbaria es ocre, árido, silencioso. No hay lugares para el baño, a no ser que se llegue en barca a la base de los acantilados, dispuesto a bucear sobre su fondo cristalino de rocas, arenas y algas.
Poco más allá -habrá que llegar a pie tras diez minutos de camino bajo el sol o, en días de mal tiempo, contra el viento-, se alza una de las torres de defensa de la isla, una atalaya de mares, alzada en el siglo Xvlll.
Playa des Migjorn
Se trata de un largo arenal, de casi 5 km, que se extiende a lo largo del istmo que une el promontorio del cap de Barbaria, al sur de Formentera, y el de La Mola, al este.
La playa cuenta con tramos de arenas finísimas y con tramos de roca caliza, plana, apta para tumbarse en ella al sol siempre tibio. La playa tiene numerosos accesos. Están señalizados, cada pocos kilómetros y siempre a la derecha, en la carretera principal, la que va de Sant Francesc en dirección a El Pilar, en La Mola: sólo hay que tomar por uno cualquiera de ellos, cruzar apenas medio kilómetro de parcelas de secano, admirar alguna casa popular, donde no falta hoy la antena parabólica, saludar a alguna mujer vestida aún con su traje negro tradicional, cubierta desde la cabeza hasta los pies, quizá una reminiscencia árabe, aparcar el coche y atravesar a pie las dunas.
La playa se abre en toda su extensión. Se puede caminar por ella hasta donde apetezca. Aquí y allá se encuentran restaurantes, algún hotel, apartamentos disimulados tras las dunas, chiringuitos, áreas donde es posible alquilar hamacas y sombrillas, otras donde es posible practicar deportes náuticos. Pero, hay que decirlo ya, el deporte que el turista suele practicar en Formentera es el de estar al sol, desnudo generalmente, y el de bañarse a ratos en el agua esmeralda. ¿Para qué más?

Los distintos accesos conducen naturalmente a zonas conocidas con nombres distintos: Las Dunas y Els Arenals (km 11), Vogamarí (km 8), etc. Aproximadamente en el km 10 se encuentra la desviación que permite llegar hasta los restos del castellum romano de Can Blai, uno de los modestos, pero interesantes, monumentos arqueológicos de la isla.
Al final de la playa, se encuentran los muy recomendables complejos turísticos de Riu Club La Mola y Maryland-Insotel, con apartamentos, hoteles, restaurantes, zona de juego para niños, tiendas, alquiler de coches, motos y bicicletas, parada de autobús, teléfono, escuela de buceo. Ideal para familias con niños. Más allá aún, el caló des Mort asegura una cierta soledad.
La Mola
En el camino a La Mola, el promontorio oriental de la isla de Formentera, hay que detenerse, a media cuesta, en el restaurante El Mirador para admirar el bellísimo panorama (si se sube en bicicleta, se agradecerá sin duda la parada). Ante él comprendemos por fin qué significa vivir en una isla: el mar en todas partes, transparente sobre los arenales, un poco bravo quizá contra las escasas zonas de roca, al norte.
También, porque éste es el pinar más denso de Formentera, el bosc de Sa Pujada y d’es Copinyar, un espacio natural que se debe preservar a toda costa. Viven en él lirones caretos de formas grandes, endémicos. Y naturalmente, como en toda la isla, las lagartijas verdes, ágiles, curiosas, que no vacilan en acercarse a la gente, aunque a veces saltan asustadas a su paso para esconderse entre matojos o bajo las piedras.

En La Mola, por fin, se visita la pequeña parroquia de El Pilar, que dista unos 15 km de La Savina, y puede recorrerse la solitaria carretera hacia el faro (4 km). Aquí se encuentra el punto más alto de Formentera, rodeado de paredes de piedra que circundan cultivos de secano: vid, higueras, almendros. Desde el faro, la vista es impresionante. A veces, en días de buen tiempo en el mar, se divisa con suerte una banda de del- fines entre las olas. Junto al faro hay un chiringuito y un sencillo monumento a Jules Verne, que citó este lugar en una de sus narraciones fantásticas.
En los acantilados de La Mola, los formenterenses cazaban antaño, a mano y a lazo, descolgándose entre las rocas, pollos de pardela, especie que aún cría agrupándose en pequeñas, pero ruidosas, colonias en sus grietas. Llamaban virotar a esta actividad cinegética que era imprescindible para su supervivencia. A las pardelas, en el catalán insular, se las llama oirots.
Antes de iniciar el descenso, y hacia el sur, se avistan las aspas y la torre del viejo molino de La Mola (Es Molí Vell), que funciona, perfectamente conservado, desde finales del siglo XVIII.
Es Caló de Sant Agustí y las playas de Tramuntana
Descendiendo de La Mola, lo primero que se encuentra cuando ya la carretera se allana es el caló de Sant Agustí, orientado al norte de la isla. Es caló es simplemente una calita de 100 m, con poco fondo, de roca en la orilla, con algunas casetas para llaüts (barcas tradicionales de pesca) y con los tradicionales varaderos pitiusos. El ambiente, a pesar de los nuevos apartamentos edificados en la zona, es muy rústico y, como en toda la isla, acogedor. Aquí destacamos el Hostal Rafalet y el restaurante Pep Paradís, dos lugares muy conocidos.

La zona de Tramuntana de Formentera no tiene el mismo paisaje costero que el Migjorn. Es más bien rocoso, con alguna elevación, los acantilados de cala en Baster, de Es Quintalar y de Punta Prima, por ejemplo, que ya se divisan, a lo lejos, desde el caló de Sant Agustí.
En esta zona, conocida como Es Carnatge, siempre se dispone de más sitio para el baño y para tomar el sol que en la zona de Tramuntana, pues la gente prefiere en general los anchos arenales del sur, que suelen estar más protegidos del viento. El mar, sin embargo, presenta la misma sorprendente transparencia.
Sant Ferran y Es Pujols
Sant Ferran y Es Pujols son dos núcleos urbanos, también reducidos, hoy dedicados a la industria turística.
Sant Ferran de ses Roques cuenta con una parroquia de paredes de barro y piedra, tras la que se encuentra la mítica Fonda Pepe, centro de reunión de los hippies de los años setenta. Frente a la parroquia, es interesante detenerse a contemplar el colegio público, un conjunto arquitectónico sencillo, pero que muestra la arquitectura típica de la isla. Los edificios se han diseñado de acuerdo con el molde que la arquitectura pitiusa ha marcado tradicionalmente: tejados planos, volúmenes cúbicos, paredes enjabelgadas, porches y ventanas reducidas.
En Es Pujols es difícil no tener la sensación de estar en el lugar equivocado. Es una concentración hotelera que desentona, aunque se reconoce que ha evitado la dispersión del urbanismo en la isla.

Sin embargo, desde aquí es posible trasladarse a las bellas playas de Sa Roqueta, de Rocabella y de Es Pujols, arenales con pocas edificaciones, todos con su chiringuito y restaurantes, alguno con apartamentos u hotel. Normalmente, entre estos arenales hay algunas zonas de roca, con entrantes que forman pequeñas calas bellísimas, que parecen piscinas naturales. En los caminos de arena brillante, fácilmente transitables en bicicleta, no es raro cruzarse con las lagartijas que buscan calentar sus cuerpos al sol. Como lo hacen, por otro motivo, los turistas.
Illetes
Es Trucadors es el nombre que recibe la delgada punta de roca y arenal que la isla de Formentera extiende hacia el islote de S’Espalmador, al norte.
A levante y a poniente se encuentran las playas emblemáticas de Formentera, también en el islote citado. Los arenales son largos, su arena es blanca, de un blanco cegador en verdad (no olvidar las gafas de sol), y el mar transparente, de una indescriptible nitidez. Incluso las lagartijas que abundan entre las dunas, y que se acercan hasta la misma playa, son de colóración verde pálida.
En días de calma, parece que el mar sobre el fondo de arena finísima y blanca se convierta en un espejo, o en un cristal que los cuerpos cruzan sin quebrar. Numerosos letreros solicitan que no se aparque en las dunas. Debe hacerse en los lugares dispuestos para ello (hay varios), aunque se recomienda la bicicleta para los desplazamientos por esta zona.

Al este la playa recibe el nombre de playa de Llevant (con una longitud de 1,5 km), al oeste es la playa de Ses Illetes (1 km). Ambas son muy anchas y espaciosas. Entre una y otra hay tan solo unas decenas de metros, dunas de arena suelta o fija con cubierta de sabinas.
La playa de Ses Illetes es más variada, también por los islotes que le dan nombre, con entrantes de roca, con alguna caleta. En el viejo molino, Es Carregador de Sa Sal, se trabajaba la sal y en la actualidad funciona un restaurante.
En las playas siempre hay gente, pero el lugar se mantiene invariablemente tranquilo. Es posible acceder a ellas en barca desde el puerto de La Savina, en un agradable paseo que se completa con la visita a las playas de S’Espalmador.
En todas estas playas el nudismo es habitual y se dispone de chiringuitos, restaurantes, alquiler de hamacas, parasoles, tablas de surf y velomares.
S’Espalmador
De Formentera a S’Espalmador puede irse, en efecto, en barca. Pero también es posible cruzar a pie el llamado pas de S’Espalmador, el vado sumergido de fondo de arena que, en días de mar calma, tiene una profundidad que alcanza apenas un metro. La sensación al cruzarlo es la de realizar una aventura. Cruzar el mar a pie, nada menos.
En S’Espalmador hay varias playas: la más larga y concurrida es la playa de S’Alga (un arenal de 1,5 km), tras el paso de Es Trucadors; otra es Sa Senyora (700 m), al este, y otra Sa Torreta (150 m), al norte, protegida por la isleta del mismo nombre.

En ellas se reúnen muchas embarcaciones a vela, y la estampa es entonces muy marinera. Son playas nudistas, sin servicios. Únicamente en S’Alga instalan hamacas y sombrillas, y tiene también un depósito natural de lodo cuyos baños, se asegura, protegen la piel.
En el norte de la isla, las caletas llamadas caló de Bocs Gran y Petit, sin arena, son un refugio para solitarios. Es posible recorrer a pie el islote, aunque haya que proveerse de agua, pues el ambiente es seco y muy soleado. Un estanque natural de aguas salobres llamado S’Estanyol se ubica en el centro de la isla.
Seguro que esta pequeña guía de Formentera te ha ayudado a conocer lo que te espera en esta isla vecina de Ibiza. Sin embargo, hay muchísimas más cosas que hacer y ver que no te hemos contado. Por eso, te recomiendo que eches un vistazo a esta guía de Formentera para conocer a fondo todos los secretos de la perla del Mediterráneo.